La buena vecina que llevo dentro (y que a veces se escapa)

Siempre me he visto a mí misma, en el tranquilo teatro de mi mente, como esa vecina ejemplar🤗. La de la sonrisa amable, la que tiene una palabra oportuna, la que ofrece ayuda sin que se la pidan. La que, en resumen, construye comunidad con pequeños gestos. Es una imagen preciosa, un ideal que anhelo con genuina sinceridad.👍

Pero hay un abismo entre el guión que escribo en mi cabeza y la torpe representación que a menudo doy en la realidad.

Soy de natural reservada. No necesito de multitudes, pero valoro profundamente la conexión humana, esa sensación de pertenecer a un lugar, de ser un hilo en el tejido social de esta cuadra, de esta calle. Por eso, cuando me cruzo con un vecino, algo en mí se activa. Un anhelo casi desesperado por conectar, por encontrar un tema común, por demostrar que soy… buena gente. Y ahí, justo en ese momento de tensión entre mi intención y mi timidez, es donde la metedura de pata acecha.

La ironía es cruel: cuanto más quiero causar una buena impresión, más probable es que diga lo incorrecto, que mi saludo suene forzado o que simplemente me quede bloqueada, sonriendo de forma extraña antes de escapar hacia el ascensor como si llevara el fuego a los talones.

Pero lo de ayer fue el colmo de mi particular tragicomedia vecinal.

Salí de casa convertida en una nube negra de mal humor. Uno de esos días en los que todo irrita, en los que el mundo parece empeñado en ponerte obstáculos. Y yo, en lugar de respirar hondo, decidí dar portazo. No uno cualquiera. Cerrando la puerta de la calle con toda la fuerza de mi frustración, acompañada de un susurro airado que no era tal, sino un insulto lanzado al universo en general. Una frase corta, cargada de toda la amargura del momento.


El sonido del pestillo al cerrarse de golpe fue el punto final perfecto a mi rabieta. Y fue también el sonido que anunció el silencio incómodo que siguió.

Al alzar la vista, el universo, con su sentido del humor más siniestro, me tenía preparado el decorado perfecto para mi humillación. Ahí estaba, en su marco de la puerta de enfrente, mi vecina, la maestra. La persona que simboliza la paciencia y la corrección. Me miró con una expresión que era una mezcla de sorpresa y lástima. Y para rematar la escena, giré la cabeza y allí estaba otro vecino, agachándose para recoger… no sé qué, mientras su perro me miraba con más comprensión que ningún humano en ese instante.

El mundo se detuvo. El calor del bochorno subió por mi cuello hasta teñir mis orejas de rojo. En una fracción de segundo, lo vi todo claro: la desconexión total entre la vecina ejemplar que quiero ser y la mujer que maldice a las puertas de su casa ante su audiencia involuntaria.

Fue suficiente. Esa imagen congelada fue el espejo más claro que me han puesto delante. No hubo necesidad de comentarios ni de miradas reprobatorias. La evidencia era aplastante. Por más que tenga la intención, a veces simplemente… no sé. No me sale. El guion se rompe y la protagonista se convierte en el hazmerreír de la función.

Pasado el rato, después de que la vergüenza aguda se convirtiera en una punzada sorda de decepción conmigo misma, quise dejar de pensar. “,ya no hay remedio”, me dije, usando ese tono de derrota final que a veces nos gastamos a nosotros mismos.

Pero hoy, con la calma que da la mañana siguiente, pienso que quizás el remedio no esté en ser perfecta, sino en ser consciente. Quizás la vecina ejemplar no es la que nunca se equivoca, sino la que, cuando mete la pata, es capaz de reconocerlo, incluso con humor. Tal vez la próxima vez que vea a la maestra, en lugar de bajar la cabeza y fingir que no la veo, pueda sonreír con complicidad y decir: “Uy, perdón por el espectáculo de ayer. No había tomado el café”.

Porque al final, lo que nos hace humanos y, quién sabe, quizás hasta buenos vecinos, no es la impecabilidad, sino la autenticidad. Y mi autenticidad, por ahora, viene con portazos y meteduras de pata incluidos. Pero la intención, esa, sigue intacta. Y mientras la tenga, aún hay esperanza para esta vecina en proceso de construcción

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