Hay una hora al final de la tarde que se me hace cuesta arriba🧐. La luz se va y a mí me entran esas ideas… esas que te hacen mirar el celular cada dos segundos, preocupada por el tráfico, por las noticias, por el "y si le pasa algo"(por los tiempos en qué vivimos).😔 Son minutos que se alargan como chicle, en los que solo espero. Espero oír el ruido de la llave y su voz saludando a la mascota.👌😼🐕
Pero entonces, pasa.
Ese clic de la llave en la puerta. Es el sonido más bonito del mundo.😁 Es la señal de que por fin puedo respirar tranquila. La puerta se abre, y ahí está él. Llegando con la mochila del trabajo, con la cara de cansado pero con esa sonrisa que me dice "hola, aquí estoy". Y así, así de fácil, se me pasa todo el miedo. Ya está aquí. Ya está a salvo.👏
Hoy, lo que hice con mis nervios fue cocinarlos. Los convertí en pollo empanizado con pasta.💪
No es nada del otro mundo. Es algo mejor: es comida hecha con cariño. Mientras iba pasando cada trocito de pollo por la harina, el huevo y el pan molido, yo no estaba pensando en la receta. Estaba pensando en lo mucho que le iba a gustar. En lo feliz que se pondría al ver su plato favorito sobre la mesa.
Pensaba en la conversación que tendríamos después, en esa complicidad que tenemos para contarnos el día. En ver nuestro programa favorito, en reírnos de cualquier tontería o simplemente en estar juntos en silencio, sabiendo que después de un día largo, lo tenemos todo aquí. Nuestro lugar seguro.
La mesa puede ser sencilla, pero lo que servimos en ella es puro amor. Nuestras mascotas se echan a nuestros pies, ronroneando, como si ella también sintiera que ya puede relajarse. Esa es nuestra felicidad: no necesitamos un postre. Nuestro postre es dar las gracias. Es ese "qué rico, gracias" que me llena el corazón. Es saber que tenemos comida caliente, un techo, y lo más valioso: el uno al otro.
Cocinar así, para mí, es como un regalo. Es mi manera de decir: "Aquí dentro, contigo, el mundo afuera puede esperar."👌
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