Esperando el tranvía:
Estoy parada en la parada como bolu.., que suena a redundancia pero es la verdad. El cartel dice que el tranvía llega en 7 minutos, lo que en "tiempo real" significa: "o ahora mismo o en media hora, prepárate para el suspense" me asusto. Miro el celular por décima vez, como si hubiese olvidado dónde estoy . A mi lado, un señor carraspea con la fuerza de alguien que quiere limpiar no solo su garganta, sino también su alma. Entiendo el sentimiento. (Mocosidad afuera o adentro) Escupida
Subiendo al tranvía:
Cuando por fin llega (minuto 110), el tranvía trae ese aire a "muchas vidas pasaron por aquí antes que tú" olor a pata y cul (olor a la goma alfombra del piso): huellas de pisadas en el suelo, un asiento que cruje como mi voluntad los lunes, y un olor entre café derramado y esperanza. Me siento junto a la ventana, porque soy de las que cree que mirar afuera es como ver una película y porque me da vergüenza en la que nadie te spoilea el final. El celular vibra: Google Maps me recuerda por donde voy (o algo así, no le presté mucha atención).
El viaje (o: la batalla entre el paisaje y mi lista de compras):
Por un lado, la ciudad pasa como un sueño:(Neruda) edificios que parecen cortados con tijeras contra el cielo, un perro que ladra a una moto como si le debiera dinero, una pareja que se abraza en una esquina y me hace sonreír (y luego sentirme un poco sola, pero eso lo guardo para terapia).
Por otro lado, mi cerebro repite en loop: "no olvides comprar papel higiénico, no olvides comprar papel higiénico". Abro la lista del súper en el celular y veo que anoté: "pan, leche, dignidad". Bueno, dos de tres no está mal.
Las direcciones (o: Google Maps, mi amor-odio):
La voz del GPS suena como una profesora cansada de mí: "En 300 metros, gira a la derecha". Yo, que no distingo izquierda de derecha sin hacer la señal de la "L" con las manos, asiento con convicción. Miro afuera y pienso: "Qué bonito es el estadio del Tomba—¡ESPERA, ESA ES MI PARADA!". Me levanto como si me hubieran electrocutado, casi dejo caer mi carrito (que por suerte está vacía, porque aún no compro nada), y salgo disparada. El tranvía se va con un ruido que suena a "otra víctima del multitasking".
Gracias, lector diario (o futuro yo leyendo esto en tres meses), por acompañarme en esta odisea donde lo poético (el paisaje) y lo mundano (el papel higiénico) chocan como dos pasajeros en hora pico. La vida es eso: viajar pendiente de las direcciones pero, de vez en cuando, levantar la vista para ver el mundo pasar. Y reírse cuando te das cuenta de que, una vez más, casi te pasas de parada.
PD:Compré el papel higiénico. La dignidad sigue pendiente.

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