El sol, perezoso gigante, se demora en su ascenso,
como un amante que aún saborea el sueño.
Y yo, despierto antes de su llegada, robándole minutos al alba,
inicio mi ritual de amanecer, un poema silencioso.
Las estaciones, como amantes fugaces, se besan y se despiden,
cambiando sus colores, sus aromas, sus susurros.
Un nuevo ciclo comienza, una danza de hojas y vientos.
Mi fiel compañero, de cuatro patas y corazón leal,
me acompaña en mi paseo matutino, un instante de comunión.
La brisa, suave caricia en mi rostro, susurra secretos de la mañana.
El desayuno, un festín americano, un canto a la vida sencilla,
huevos dorados como el sol, pan tostado como la piel del trigo.
Un momento de paz, antes de que el día reclame su ritmo frenético.
Y mi hogar, mi refugio, un espacio ordenado, limpio y sereno,
es reflejo de mi alma, un oasis de calma en el torbellino del mundo.
Cada objeto en su lugar, cada rincón un verso de quietud.
Este despertar, este instante íntimo, es mi poema diario,
un canto a la belleza simple de la vida, a la gratitud por lo cotidiano.
Un nuevo día, una nueva página en el libro de mi existencia.

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