El planeta tiembla. No con terremotos geológicos, sino con la fiebre de una crisis climática que ya no es una amenaza futura, sino una realidad palpable. Incendios arrasando bosques, inundaciones devastadoras, sequías prolongadas… son imágenes que ya no nos sorprenden, se han convertido en la nueva normalidad. Pero detrás de estos desastres naturales, hay una historia humana de descuido, egoísmo y una miopía política que nos ha llevado al borde del abismo. Esta realidad nos confronta con una verdad espiritual profunda: somos administradores, no dueños, de la creación.
El Descuido de un Hogar Compartido: Por décadas, la humanidad ha tratado a la Tierra como un recurso inagotable. La quema indiscriminada de combustibles fósiles, la deforestación masiva, la contaminación de los océanos… son solo algunos ejemplos de un comportamiento irresponsable que ha generado un desequilibrio ambiental sin precedentes. Hemos priorizado el crecimiento económico a corto plazo, ignorando las consecuencias a largo plazo para nuestro único hogar. La comodidad y el consumismo se han impuesto sobre la responsabilidad ambiental, creando una deuda ecológica que ahora estamos obligados a pagar. Como dice Génesis 1:28: "Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla; y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra." Este mandato de dominio, sin embargo, no implica una licencia para la explotación indiscriminada, sino una responsabilidad de administración sabia y cuidadosa.
La Sombra de la Mala Intención: La crisis climática no es solo un problema de descuido, también es un problema político. Los intereses económicos de poderosos grupos de presión han obstruido, durante años, la implementación de políticas climáticas ambiciosas. La negación del cambio climático, la desinformación y la falta de voluntad política para tomar decisiones difíciles han retrasado la acción necesaria. El egoísmo de unos pocos, priorizando sus ganancias a costa del bienestar del planeta y de las futuras generaciones, ha sembrado la semilla de esta catástrofe. Salmo 24:1 nos recuerda: "De Jehová es la tierra y su plenitud; el mundo, y los que en él moran." La tierra no nos pertenece; es una creación de Dios que debemos respetar y cuidar.
El Ansia por Más Tierras: La expansión agrícola y ganadera intensiva, impulsada por la demanda global de alimentos, ha contribuido significativamente a la deforestación y a la emisión de gases de efecto invernadero. La búsqueda incesante de más tierras cultivables, a menudo a expensas de ecosistemas frágiles, ha acelerado la degradación ambiental. Este afán de acumulación, este anhelo insaciable por más, ha dejado una huella profunda y destructiva en nuestro planeta. El libro de Eclesiastés 1:2 nos advierte: "Vanidad de vanidades, dijo el Predicador; vanidad de vanidades, todo es vanidad." La búsqueda incesante de la riqueza material a expensas de la creación es una vanidad que nos aleja de la verdadera plenitud.
La Indiferencia hasta el Dolor Propio: La apatía generalizada ante la crisis climática es alarmante. Muchos se muestran indiferentes hasta que el impacto del cambio climático golpea directamente sus vidas. Solo cuando las inundaciones arrasan sus hogares, cuando los incendios amenazan sus comunidades, cuando la sequía seca sus cosechas, la realidad de la crisis se hace tangible. Es una tragedia que la urgencia de la acción solo se perciba cuando el dolor se vuelve personal. Mateo 25:40 nos llama a la acción: "De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis." Cuidar la creación es cuidar a nuestros hermanos y hermanas, presentes y futuros.
El Camino a Seguir: La crisis climática es un desafío monumental, pero no es una sentencia de muerte. Aún tenemos la oportunidad de mitigar sus efectos y construir un futuro sostenible. Esto requiere un cambio radical en nuestra forma de pensar y actuar, guiados por los principios de la responsabilidad y el cuidado de la creación. Necesitamos una cooperación global, políticas climáticas ambiciosas, un consumo responsable y una mayor conciencia ciudadana, todo ello inspirado en la sabiduría divina que nos llama a ser buenos mayordomos de la Tierra. El tiempo se agota, pero aún podemos evitar lo peor. La pregunta es: ¿estaremos a la altura del desafío, respondiendo al llamado de Dios a cuidar su creación?

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