Mi parecer

El nudo en mi garganta es un reflejo fiel de la rabia que me carcome. Las palabras del Presidente, pronunciadas con una liviandad que me resulta insultante, resuenan en mi cabeza como un eco amargo. No son solo palabras, son puñales que hieren la dignidad de mi comunidad, de mis hermanas y hermanos LGBTQ+. Su falta de comprensión, su uso irresponsable de términos que nos menosprecian, nos exponen a un peligro real. Nos hacen sentir vulnerables, como si nuestros derechos, ya de por sí precarios, fueran a ser arrebatados con la misma facilidad con la que él los ignora. Esta sensación de vulnerabilidad se agudiza al recordar la historia de promesas incumplidas, promesas que se desvanecen con cada cambio de gobierno.

 
Esta indignación, sin embargo, no debe paralizarnos. Debemos extraer de este mal momento una lección crucial, una fuerza que nos impulse hacia adelante. Hemos confiado en políticos, en gobiernos anteriores y en el actual, que una vez en el poder, se han olvidado de sus promesas, que nos han otorgado derechos limitados, efímeros, como si fueran migajas en lugar del pan que nos merecemos. Esta traición, repetida a lo largo de los años, no debe repetirse. Hemos cometido el error de delegar nuestra seguridad y nuestros derechos en manos que no han demostrado ser dignas de nuestra confianza. El ciclo se repite: un gobierno promete, otro llega y deshace lo avanzado. Es una constante decepción que nos deja expuestas y vulnerables.
 
Debemos aprender a discernir, a exigir, a no conformarnos con migajas. Debemos exigir derechos permanentes, irrefutables, que no dependan de la buena voluntad o, peor aún, de la ignorancia de quienes nos gobiernan. Debemos organizarnos, levantar nuestras voces, exigir respeto y justicia. Nuestro dolor debe convertirse en combustible para la acción, para la lucha por un futuro donde la igualdad no sea una promesa vacía, sino una realidad tangible. Debemos convertir esta herida en una cicatriz que nos recuerde la importancia de la perseverancia y la unidad. Nuestro silencio es nuestra mayor debilidad; nuestra voz unida, nuestra mayor fuerza.
 
Pero la lección más dura, la que más me duele reconocer, es que hemos confiado demasiado en la buena voluntad de los demás. Hemos esperado que otros construyeran los cimientos de nuestra comunidad, los pilares de nuestros derechos. Hemos delegado nuestra seguridad en manos que se han mostrado incapaces o, peor aún, desinteresadas en protegernos. Hemos creído en promesas que se desvanecen con el cambio de gobierno, promesas que se convierten en polvo al soplar el viento de una nueva administración. Debemos asumir la responsabilidad de construir nuestra propia fortaleza, de cimentar nuestros derechos no solo en leyes frágiles, sino en la organización, la unidad y el poder colectivo de nuestra comunidad. Debemos crear estructuras de apoyo, redes de solidaridad, que nos permitan resistir cualquier ataque, cualquier intento de silenciarnos o menospreciarnos.
 
Estoy a favor de hacer lo correcto, de luchar por nuestros derechos y por un futuro mejor. Entiendo la importancia de la acción colectiva y la exigencia de justicia. Sin embargo, también debemos ser realistas y reconocer que no todos compartimos la misma visión. Muchos buscan la dependencia del Estado, un lugar social garantizado, una seguridad que, aunque ilusoria en ocasiones, les ofrece una sensación de estabilidad. Esta realidad, aunque no la comparta, debe ser considerada en nuestra lucha. Debemos encontrar la manera de unirnos, a pesar de nuestras diferencias, para construir un futuro mejor para todos, sin dejar a nadie atrás. Pero esa seguridad no debe depender únicamente de la benevolencia del Estado; debe ser construida por nosotras mismas.
 
Para lograr esa seguridad, debemos invertir en nuestro propio desarrollo. Debemos destacarnos en las ciencias, en el conocimiento, en la educación. Debemos perseguir con ahínco carreras que nos brinden una posición segura, un futuro independiente de las promesas vacías de los políticos. La educación, el conocimiento y la excelencia profesional son nuestras mejores armas contra la vulnerabilidad. Es a través del conocimiento y la competencia que construiremos un futuro sólido e independiente, un futuro donde nuestros derechos no sean negociables, donde nuestra voz se escuche con fuerza y respeto, y donde nuestra dignidad sea incuestionable.
 
La lucha no se limita a la esfera política. También es una lucha personal, una lucha por la independencia económica, por la seguridad y la estabilidad que un trabajo honrado nos proporciona. No bajar los brazos significa también buscarnos un futuro mejor, un futuro donde podamos construir nuestras vidas libres de precariedad, donde podamos ser dueñas de nuestro destino. Buscar un trabajo digno, un trabajo que nos permita vivir con dignidad y orgullo, es un acto de resistencia, una forma de demostrar que no nos rendimos, que seguimos adelante, con la cabeza alta y el corazón lleno de esperanza. Es una forma de construir nuestra propia fortaleza, individual y colectiva, para enfrentar cualquier adversidad que se nos presente. Es una forma de asegurar nuestro futuro, independientemente de las promesas efímeras de los políticos.
 
No permitiremos que nos callen. No permitiremos que nos ignoren. Lucharemos por nuestros derechos, por nuestra dignidad, por nuestro futuro. Y lo haremos juntas, con el corazón lleno de rabia, sí, pero también con la férrea determinación de construir un mundo mejor, un mundo donde el amor sea libre, donde la diversidad sea celebrada, y donde las palabras del Presidente no sean más que un eco lejano de un pasado que nos negamos a repetir. Y lo haremos construyendo, desde la base, nuestra propia fortaleza y la de nuestra comunidad, un futuro que no dependa de las promesas efímeras de los gobiernos, un futuro donde la justicia y la igualdad sean la norma, no la excepción, un futuro construido con el conocimiento, la perseverancia y el poder de nuestra unidad.

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