Bajo presión.

 La presión me aplasta, un peso constante que otros solo ven como una sombra pasajera. Para ellos, es un malestar momentáneo, una nube que pasa; para mí, es un océano que me ahoga. Desde ayer, la oscuridad me envuelve, mis propios demonios me presionan, me recuerdan la facilidad con la que podría sucumbir a la maldad que habita en mí. Es un precio que pago por la apariencia de normalidad, por la fachada que mantengo. Un precio que casi me rompe. Ayer, la tentación de la violencia fue abrumadora, el deseo de causar daño, de ver el sufrimiento ajeno, un susurro seductor en mi oído. Mi esencia, podrida como la pus de una herida infectada, me repugna. ¿Cómo puede Dios amar algo así? Si yo fuera esa persona a la que daño, ¿qué nos uniría? Solo nuestra mutua maldad, nuestra oscuridad compartida. Por eso, en el pasado, me escondía, temiendo lastimar a quienes amaba, a quienes apreciaban mi falsedad. El placer de derramar sangre, un fantasma que acecha en las sombras de mi mente.


 Veo una salida, una luz al final de este túnel de oscuridad. Me da esperanza, pero la línea entre el control y la locura es cada vez más tenue. Llegué al punto en que la idea de volar mi cerebro, de dar la espalda a todo este esfuerzo, me tienta. ¿De qué sirve luchar por el bien, por la luz, si este mundo está tan lleno de muerte e injusticia? ¿Qué sentido tiene la esperanza? Para mí, la esperanza no es humana, es un regalo sobrenatural, una mano que me jala del abismo, que me levanta del polvo.

 Siento desprecio, un profundo asco hacia mí mismo. Sé que si la gente supiera la verdad, me temerían. Y ese miedo, ese rechazo, me dolería. Ya lo he vivido. El dolor del aislamiento, la herida que deja el mal cuando toca algo bueno.

 Este mundo me agota, me consume. Lucho por madurar, por merecer algo mejor, pero la presión constante hace que toda mi infección interior, toda la pus que he contenido durante tanto tiempo, salga a la superficie. Sé que no debo hacerlo, pero el miedo a perder el control es cada vez más real. La diferencia entre mi experiencia y la de los demás no es solo de intensidad, es de naturaleza. Es la diferencia entre una tormenta pasajera y un huracán que destruye todo a su paso.

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