Ayer, el hospital rebosaba de gente. Una multitud inmensa, un mar de rostros borrosos, y yo, en la fila para sacar un turno, con un dolor que me carcomía por dentro. No era un dolor físico, aunque lo parecía. Era una cadena, fría y pesada, hecha de miedo, de tristeza, de un odio sordo que se mezclaba con todo lo demás. Sentía que me iba a desgarrar.
La fila avanzaba lentamente. Gente que pasaba, gente que se detenía. Y entonces los vi, a todos ellos, sumergidos en esa ilusión de felicidad que venden en la tele, sonrisas falsas, familias perfectas… una mentira gigantesca. Me pregunté cuántos morirían así, vacíos, sin Dios, creyendo que el amor de pareja o los hijos llenaban ese hueco que llevaban dentro. Muchos lo intentan, formando familias, trabajando sin descanso para distraerse, para olvidar… pero algunos, pocos, nos damos cuenta.
Y yo soy uno de esos pocos. Pero mi verdad es una controversia. No puedo tener una familia normal. No puedo ser normal. Estoy corrompido por dentro. Puedo convencer a multitudes con mis palabras, pero llevo dentro un mal que me hace diferente, un monstruo que me separa del resto. Si me arrepintiera, si pudiera volver atrás, sería un hombre de verdad, con un nombre de varón, pero mi cuerpo… mi cuerpo ha cambiado. Sería un patito feo, un fenómeno. Un error.
Bajé la mirada al suelo, mirando mis zapatos gastados. Me equivoqué. Me engañaron, y yo me dejé engañar por un deseo, por algo que pasó por mi cabeza y mi corazón. Y estas son las consecuencias. Estoy solo. No hay nadie como yo. Nadie que pueda vivir la mentira de este mundo y, al mismo tiempo, la verdad que me destroza por dentro.

No hay comentarios.:
Publicar un comentario