Desilusión

 17 de octubre de 2023

Querido diario:

 Me siento agotada, desilusionada.  Ayer, la realidad me golpeó con una fuerza brutal, derribando las últimas piezas de mi ingenuo castillo de naipes.  Durante tanto tiempo he mantenido la creencia, casi infantil, de que la bondad humana es la norma, que la gente, en esencia, tiene buen corazón.  He persistido en esta idea a pesar de la evidencia abrumadora que me rodea: la violencia rampante, la indiferencia generalizada ante el sufrimiento ajeno, la falta de empatía que se respira en cada esquina.


 Es una crítica a mí misma, una dura autoevaluación. ¿Cómo pude ser tan ciega? ¿Cómo pude aferrarme a una ilusión tan frágil frente a la cruda realidad de un mundo que se mueve a una velocidad vertiginosa, atropellando a quien se interponga en su camino sin detenerse a mirar?  La presión social, los tratos personales que he presenciado, la manera en que la gente se aprovecha de la vulnerabilidad de los demás... todo esto ha contribuido a la demolición de mi ingenuidad.

 La velocidad a la que vivimos nos impide detenernos, reflexionar, conectar con el prójimo.  Somos engranajes en una máquina implacable, y si nos detenemos, nos aplastan.  Ayer comprendí, con una claridad desgarradora, que la felicidad que se nos vende en los medios de comunicación, esa felicidad perfecta y reluciente, es una farsa, una mera construcción imaginaria.  No existe esa felicidad, al menos no de la forma en que nos la presentan.  Es una ilusión que nos mantiene en un estado perpetuo de insatisfacción, de búsqueda incesante de algo que, en realidad, no existe.

 Y la confianza… esa palabra tan gastada, tan hueca.  Ayer entendí que es solo una palabra, una habladuría vacía.  No existe la confianza en este mundo, al menos no de la forma en que la he entendido hasta ahora.  Ha sido una lección dolorosa, una caída que me ha dejado con los huesos rotos, pero también con una nueva perspectiva, más realista, más sombría, pero también, quizás, más honesta.  Debo aprender a navegar este mundo sin la carga de mis ilusiones perdidas, a protegerme de la crueldad y la indiferencia, a encontrar mi propia forma de felicidad, una felicidad que no dependa de las falsas promesas de un mundo que se mueve demasiado rápido para detenerse a mirar.  Debo aprender a vivir en la realidad, aunque duela.

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