Imagino despertarme con el canto de los gallos, entre sábanas frescas y el olor a tierra mojada. Mi sueño es simple pero enorme: una granja donde el tiempo lo marquen los amaneceres, el trabajo honesto y el arrullo de los animales.
Quiero caballos de crines al viento, gallinas escarbando entre la hierba y vacas mansas que miren con curiosidad desde el pastizal. Mis mascotas —perros, gatos, lo que el destino traiga— serán compañeros fieles, correteando entre los árboles o durmiendo al sol.
Tendré un tractor viejo pero fiel, para labrar la tierra y sembrar lo que alimente el cuerpo y el alma. Una camioneta resistente me llevará al pueblo más cercano, cargada de frutas frescas o pacas de heno, con el radio puesto y las ventanillas bajas.
Pero sobre todo, anhel la quietud:
- El silencio roto solo por el rumor del viento.
- Las noches estrelladas sin prisa ni contaminación.
- El orgullo de ver crecer lo que mis manos cultiven.
No busco lujos, sino libertad. La que regala un horizonte sin edificios, el cansancio que llega con la tarde y la certeza de que cada día —duro o dulce— sera mío.
"Plantaré raíces donde el alma me lleve, y dejaré que la naturaleza escriba mi historia".
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